sábado, 15 de octubre de 2011

5. Cenando con el enemigo

Patricia pasea su mirada por el amplio recibidor, en el piso 120 del Edificio Kapeling. Busca algún desperfecto en la decoración, algo que acomodar o cambiar de lugar, cualquier detalle que le permita distraerse de los pensamientos que la atormentan con mayor intensidad conforme el enorme reloj ventanal que da hacia la avenida Victoria, acorta el tiempo para la llegada de Fahrid Gamayel.  Revisa meticulosamente los pétalos de las flores en la mesa de centro, quitando casi con furia las que presentan un mínimo defecto, cuando el zumbido de la pantalla en la puerta de acceso, le anuncia la presencia de su invitado. 

 —¡Fahrid, por fin llegas!— le transmitió por el intercomunicador, al tiempo que pulsaba el botón que le abriría la puerta. Fahrid sólo sonrió hacia la cámara de seguridad, sin decir palabra hasta que se encontró en la misma habitación, cogiéndola por los brazos y besándola con suavidad en ambas mejillas. 

—¿Llegó retrasado, acaso? 

 —No, llegas con algo de adelanto, y eso es precisamente lo que esperaba— le respondió la señora Kapeling. —Quería verte antes de que ustedes dos se reunieran. 

 —¿Qué ocurre, Patricia?— Fahrid se despojó de la capa oscura que llevaba sobre los hombros, colgándola casi con displicencia en un perchero de bronce junto a la puerta. Llevaba una camisa de lino de corte amplio, desabotonada de forma que podía lucir un gran medallón dorado en su pecho lampiño y bronceado. 

 —Es Mortimer, Fahrid. Es su condición médica. Quiero pedirte que no lo hagas exaltarse demasiado. Su corazón no resiste las emociones fuertes, o las discusiones. El desgaste que está sufriendo ya no tiene paliativos y sólo queda esperar a que se detenga del todo.

Patricia hace una pausa y mira fijamente a Fahrid. —Y no quiero ser yo la causante de eso, o saber que tú lo has causado. 

Gamayel apartó su mirada de los ojos de la mujer, sintiendo como ellos lo seguían mientras le daba la espalda y parecía súbitamente absorto por una escultura situada sobre la chimenea. —¿Este es un fauno, querida? ¡Que nivel de detalle, que delicadeza para trabajar el mármol en éste formato tan pequeño! Debe costar una buena cantidad de dinero. 

Patricia sintió las palabras de su invitado como un golpe en la boca del estómago. Volvió a sentirse insegura frente a ese hombre, pero esta vez no eran impulsos eróticos que la sonrojaban, sino miedo. Cuando recobraba el dominio de si misma y se aprestaba a responder, Mortimer Kapeling abrió de par en par las puertas que los separaban del comedor. 

 —Cuatrocientos mil eurodólares, exactamente, señor. Y lo considero una ganga— La sonrisa de Kapeling parecía pintada sobre un rostro de hielo —Debo decirle que tenerlo en mi casa no es un honor.Prefiero ser grosero y sincero, que gentil y falso. 

 —Señor Kapeling, reconozco su incomodidad y por lo mismo le agradezco la deferencia al recibirme— Fahrid había abandonado el tono condescendiente con el que se dirigía a Patricia, reemplazándolo por otro conciliador, monocorde y casi hipnótico. Tal cambio de actitud fue notado por Patricia, que no pudo evitar sentir nuevamente que la persona que ella creía conocer, se había transformado en un total desconocido. 

—Debe agradecerlo a mi esposa, es por ella por quien usted está aquí. —Y diciendo esto, Kapeling tiende el brazo a su esposa, en actitud más de dominio que de galantería —Al final me gana siempre mi curiosidad, Fahrid. Estoy realmente intrigado por lo que usted tiene que decirme. 

Ya del brazo de Patricia, Mortimer recobra el aplomo que lo vuelve cordial aún en situaciones incómodas.

—¿Pasemos al comedor? El primer plato de la cena no debe servirse frío.

Presentación

Esta es mi primera novela.

Después de años dedicado al cuento, me he lanzado con éste trabajo, que espero sea de vuestro agrado. No dudes en dejarme tus opiniones y comentarios, ya que en tanto la novela no esté terminada, tú puedes ayudarme a depurarla.

Nos leemos.

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