sábado, 5 de noviembre de 2011

7. Cenando con el enemigo

Los tres comensales mantuvieron un tenso silencio durante los primeros treinta minutos de la cena. Patricia sentía en su estómago un peso semejante al de haber engullido un kilo de carne de res, en lugar de la delicada Vichyssoise con salmón y albahaca, uno de los platos preferidos de su marido. Mortimer, por su parte, había despachado ya la tercera copa de Carmenere, por lo que sus mejillas se coloreaban y su mirada prescindía del recato al posarse con descaro en el escote de su esposa, o buscar con furia los ojos de Fahrid Gamayel, quien desde que se sentaron (él frente a Patricia y Mortimer en la cabecera, entre los dos), no le había mirado de frente. Fahrid no parecía contrariado. Si algo lo perturbaba, era imposible notarlo pues su mirada se paseaba con calma entre los decorados del comedor, los finos detalles de la cristalería o el servicio de plata en la mesa, y muy fugazmente se cruzaba con los ojos de Patricia, a quien parecía intentar transmitirle algo de su serenidad. 

Tres criados estaban sirviendo el plato de fondo, cuando por fin, el licor en las venas de Mortimer pareció liberar la tenaza de silencio que se aferraba a su garganta. No conseguía entender de que modo su invitado había conseguido anular con su silencio, todas aquellas frases hirientes que había planeado lanzarle en la cena, o las preguntas que estaba seguro lo expondrían ante su esposa como el farsante y embaucador que es. 

—Manos delicadas, Gamayel. ¿Nunca tuviste que acarrear agua en el desierto de donde vienes?— Fahrid levanto la mirada hasta enfrentar los ojos de Mortimer, pero no había en ella desafío alguno. —Tuve suerte, señor Kapeling. Mi familia era dueña de unas tierras ribereñas del Nilo, con la adecuada canalización e ingeniería para llevar el agua a nuestra mesa sin demasiado esfuerzo.

La tenue sonrisa de Gamayel aparecía sincera y nítida en su rostro de cobre. Sin el menor aspaviento, trinchó y comenzó a cortar un bocado de la tierna carne de ciervo que le habían servido. —Niño mimado, entonces— murmuró Kapeling, aunque el volumen de su voz era lo suficientemente alto para que se le escuchara con nitidez.

—No tanto como hubiera querido, señor— su voz había cobrado de pronto un matiz de dolor profundo —mi madre murió al darme a luz, y mi padre se mantuvo lejos de mi, desde entonces. 

Patricia estaba mirando a su esposo, pero tuvo que enfrentar la mirada de Gamayel como si una fuerza física le hiciera girar hacia él —¿Te hizo mucha falta, Fahrid? 

Lo que Mortimer vio entonces en los ojos de su esposa, lo decidió por fin a enfrentar el asunto con urgencia casi suicida. —Patricia, no me parece que ese sea el tema que nos tiene sentados aquí— giró el cuerpo en la silla, casi dando la espalda por completo a su esposa. Parecía dispuesto a ignorarla a partir de ese instante. 

—Veamos pues, Gamayel. Ya no veo necesidad a seguir alargando esta situación que me imagino es incómoda para los tres. ¿Qué es lo que tiene que decirme sobre Reencarnación Ltda.? ¿Por qué no debo firmar el acuerdo pre-fallecimiento? 

—Porque le han dicho demasiadas mentiras, señor Kapeling— la voz de Fahrid se mantenía siempre calma  —y porque Reencarnación Ltda. está jugando con algo demasiado serio y peligroso como para no intentar detenerlos. 

Mortimer pensaba echarse a reír en la cara de Gamayel, demostrando con ello el desprecio y poco respeto que le tenía a sus aprensiones; a toda su persona, en realidad. Sin embargo, la mirada de su interlocutor se le ofreció profunda y transparente. Como experto en comunicaciones, sabía mucho sobre el lenguaje corporal y nada en la actitud de Fahrid le hacía desconfiar de sus palabras, por el contrario, apreciaba una sincera urgencia por comunicarse con él. Interiormente se maldijo porque se contuvo de lanzar alguna frase hiriente a quien consideraba su adversario. Advirtió con desazón que la curiosidad comenzaba a ganarle al desprecio y ahora deseaba fervientemente que su invitado prosiguiera. Cambió la copa de vino por otra de agua fresca, de la que bebió con estudiada calma, ya que debía aparentar que todavía tenía el control de la situación.

—Le escucho— dijo finalmente Kapeling, mirando de soslayo a su esposa, que no había tocado la comida en su plato. Fahrid dejó los cubiertos con delicadeza al borde de su plato, se limpió los labios con la servilleta que reposaba en su muslo y se echó hacia atrás en su asiento, al tiempo que bebía un buen sorbo de vino. —Le han dicho que Reencarnación Ltda.. es una organización que proviene de lo que antes era SupraVida, ¿No es cierto?— Mortimer no alcanzó a responder —Eso es falso. Reencarnación Ltda. surgió de una ruptura entre SupraVida y algunos de sus miembros. Estos renegados abandonaron los Principios Rectores, traicionaron a sus Maestros y vinieron a occidente a obtener beneficios espurios sobre lo aprendido. No han dudado en comercializar y degradar algo que para nosotros es tan sagrado como la vida misma. 

Mortimer creyó llegado el momento de su triunfo. —¿No es eso lo que te he dicho, Patricia? ¡Supercherías, la reencarnación y todos sus acólitos no son más que una gigantesca trama de embustes!

Patricia seguía muda, pero en su mirada se leía claramente una súplica hacia Gamayel. —Se equivoca, Mortimer. La reencarnación no es superchería, ni mucho menos. Quizá me entienda mejor si le digo que es análoga a lo que la Ley de Conservación de la Materia ha significado para la ciencia en la humanidad.— en los ojos de Fahrid pareció encenderse una llama —la Reencarnación es la Ley de Conservación de la Vida, señor. Por ello es tan importante tomarla en serio, y por eso es tan peligroso lo que pretende hacer Reencarnación Ltda.

Lla urgencia de las palabras de Gamayel cayeron como una tromba sobre Mortimer, tanto por ellas mismas, como porque al pronunciarlas, Fahrid había roto todo protocolo y distancia, cogiéndole con firmeza el antebrazo, fijándoselo en la mesa. —Es imperioso que se detenga, Mortimer. No puede seguir adelante con esto. 

Mortimer sintió la fuerza de la mano de Fahrid, como una garra que le apretaba sin herir. La sangre comenzó a hervir en sus mejillas, preso de ira. Tuvo que hacer acopio de todo su autocontrol para no quitar la mano en un acto reflejo, y mantener el volumen normal de su voz: —Quite su mano de mi brazo, Fahrid. 

Patricia empalideció súbitamente. —¡Fahrid, por favor!— Gamayel comprendió que había ido demasiado lejos. —Por favor, señor Kapeling, disculpe mi grosería, no fue mi intención ofenderle.

—Mortimer comenzó a sentirse otra vez dueño de la escena, eso le reconfortaba de inmediato. Se puso de pié con esa elegancia tan suya, tan similar a la de un viejo león africano cuando se yergue para recorrer con la mirada su territorio. —Pero lo hizo, Fahrid. No creo que lo que tenga que decirme me interese.

—¡Mortimer, por favor!— Patricia era ahora quien cogía su brazo, y a diferencia del momento anterior, ahora Mortimer sentía una profunda sensación de gozo y victoria. —De acuerdo, le concederé a tu invitado una oportunidad más, durante el café que tomaremos en la biblioteca. 

Mortimer Kapeling cogió a su esposa por el talle, en un gesto más de posesión que de ternura, y se dirigieron a la puerta que separaba el comedor de la biblioteca. Fahrid Gamayel los siguió en silencio. No fue capaz de distinguir si el ardor en su estómago se debía a lo cerca que estuvo de estropearlo todo, o por ver el brazo de Kapeling rodeando con firmeza la cintura de Patricia.

Presentación

Esta es mi primera novela.

Después de años dedicado al cuento, me he lanzado con éste trabajo, que espero sea de vuestro agrado. No dudes en dejarme tus opiniones y comentarios, ya que en tanto la novela no esté terminada, tú puedes ayudarme a depurarla.

Nos leemos.

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